Publicado en Photolari el 15-7-2019:
¿Qué estarías dispuesta a hacer por unos likes? Suena a pregunta de consulta del psicólogo, pero, como suele ocurrir, a veces la realidad supera la ficción. Y la respuesta, que diría el titular clickbait de turno, te sorprenderá.
Y es que hace unos días descubrimos que para algunos una reacción alérgica y una diarrea es un precio asumible a pagar si de lo que se trata es de conseguir una foto aparente.
La historia a estas alturas es de sobra conocida: un estanque de residuos de una mina abandonada en el monte Neme de A Coruña se ha convertido en lugar de peregrinaje de Instagramers, que acuden en manadas a fotografiarse con sus aguas de color turquesa de fondo.
Los más listos incluso se han animado a darse un chapuzón para la foto lo que, por lo visto, no es demasiado aconsejable para la piel. Y es que el bonito color es fruto de una poco recomendable combinación de residuos y productos químicos, por explicarlo de forma muy breve y posiblemente no del todo correcta. Pero no es el tema.
Que hace unos años la propia Xunta usara una foto de este lugar dentro de una campaña de promoción turística -nos cuentan desde allí mismo personas que han seguido el tema y que nos recuerdan que se trata de un desastre ecológico lo que ha hecho esta mina- añade otra ración más de surrealismo a la historia.
Pero, como suele ocurrir, estos influencers kamikazes no han inventado nada. Lo mismo que los instagramers de moda o cocina se limitan a copiar lo que ven en cuentas de Estados Unidos, descubrimos en Petapixel que la querencia por los lagos tóxicos no es una exclusiva gallega. En Rusia también se estila mucho.
Concretamente el estanque de residuos de una central térmica en Novosibirsk es la localización de moda para bodas, sesiones de ropa de baño e incluso para estrenar el flotador unicornio. Algunos lo han bautizado como las Maldivas de Siberia, aunque el chiste de Chernobil aquí le iba que ni pintado.
¿Dejemos que la selección natural siga su curso o llamamos ya al meteorito? Mientras muchos se hacen esta pregunta, otros -que son mejores personas que nosotros- reclaman carteles y señales de alerta.
Por si ver una mina abandonada y un lago de color fosforito no deja claro que igual -igual- bañarse allí no es buena idea. En el caso ruso, por cierto, hay carteles e incluso un comunicado que explica el riesgo mortal. No ha servido de mucho, por supuesto.
Por si fuera poco, estos días también hemos sabido que una de esas postales típicas de Bali también es una enorme mentira. Y no sólo porque en Pura Lempuyang Luhur -que algún hortera ha rebautizado como Las Puertas del Cielo– haya una cola de horas para sacarse la foto y luego decir que estabas sólo y conectando con tus chakras, sino porque el característico reflejo que se ve en muchas fotos está hecho con un espejo.
Instagram es mentira. Lo que iba para red fotográfica ahora es poco más que un circo y una gigantesca tienda donde los que han sabido montárselo mejor cuelan su publicidad encubierta entre fotos bonitas y tal vez falsas y mensajes de autoayuda.
Nosotros nos reímos de algunos aspirantes a influencer y a premios Darwin son sus spa de wolframio, pero lo cierto es que unos cuantos listos hacen caja y otros sueñan con ser como ellos.
¿O acaso no jugamos a lo mismo con esos preciosos atardeceres en Islandia en los que juramos estar solos cuando es técnicamente imposible teniendo en cuenta que ahora mismo hay por allí, sólo españoles, 500 fotógrafos dando cursos? ¿De verdad crees que la fotografía te puede hacer feliz o ser un buen negocio como prometes en tu cuenta de Instagram para, posiblemente, vender algo?
La fotografía puede ser un gran engaño. Ya lo dijo Fontcuberta hace mucho, aunque Instagram se ha encargado de popularizar lo que él bautizó como postfotografía y que visto el panorama podríamos traducir como “hay demasiados tontos sueltos con una cámara en la mano”.
O igual es que siempre hemos sido tontos. Sólo que ahora tenemos una cámara y un lugar donde contarlo.