Publicado en Photolari el 19-2-2020:
Por Sergio Arias. Cuando llevas toda tu vida trabajando con la misma marca de cámara y llega el día en el que decides cambiar hay que tratar de que tu trabajo no se vea afectado. Sobre todo, teniendo en cuenta que el cambio se supone que es para bien.
Sin embargo, hay un periodo de adaptación durante el cual tienes que empezar a conocer tu nuevo equipo hasta que seas capaz de dominarlo como lo hacías con el anterior. Y durante este proceso suceden cosas. A veces buenas, otras no tanto.
Después de un año viajando con mi nuevo equipo os voy a contar cómo ha sido ese proceso de adaptación, lo que he ganado con el cambio y las fotos que he perdido.
De Canon a Sony
El reto no solo era cambiar de marca, sino también de sistema. Acostumbrado a las cámaras réflex, decidí pasarme a una mirrorless. Sí, yo también he dejado Canon para cambiar a Sony y, acostumbrado a los menús tan sencillos y accesibles que tiene Canon, me costó un poco.
Sin embargo, tampoco fue tan dramático, ya que lo primero que hago con una cámara es crear mi menú de favoritos donde pongo las opciones que voy a utilizar más a menudo.
Lo segundo y más importante fue cambiar de un visor óptico a uno digital. Es cierto que en muchas ocasiones no tengo la sensación de estar mirando por una pantalla, pero cuando estoy en interiores se suele notar.
Intenté configurar el visor para que funcionara con un visor óptico y se adaptara a la luz, pero el resultado fue penoso en situaciones de mucho contraste. No sé si influirá que utilizo la medición puntual, pero no muestra en el visor una escena equilibrada. Es decir, si estás en una habitación y quieres hacer una foto de lo que hay a través de la ventana, entonces el resto lo ves totalmente oscuro.
Uno de los motivos de cambiar a Sony fue el ISO. Yo hago cada vez más fotografía nocturna y quería un equipo al que pudiera exprimir al máximo en condiciones de luz prácticamente nula.
Esta cámara, combinada con un Laowa 15mm f2 me permite fotografiar lo que quiera. Además, gracias a su sensor ISO-less (sensibilidad invariable), puedo levantar sombras de una manera espectacular, pudiendo fotografiar la Vía Láctea reflejada sobre un charco.
Visión nocturna
En mi viaje a Lofoten me llevé tres cámaras, la Canon 5D Mark IV, la Canon EOS R que me había prestado la marca y la Sony A7 III. La primera noche pude poner a prueba a las tres y ver que había acertado de pleno.
Lo primero que hice al comprar la cámara fue leer el manual y ver información por internet para conocer mejor la máquina. A pesar de haber hecho esto, no fue hasta meses después cuando descubrí que tenía un modo de visión nocturna, el cual te permite ver en la oscuridad. Esto es muy útil para poder encuadrar por la noche sin tener que hacer fotos de prueba.
En mi último viaje fotográfico a Islandia en busca de las Auroras Boreales, utilizaba este modo para saber si había algo verde en el cielo sin necesidad de tener que plantar el trípode y hacer una foto.
Mis alumnos se quedaron tan impresionados con esta opción que la bautizaron como el Turbo. Cada vez que salíamos del hotel y mirábamos al cielo lo primero que me decían era que usara el Turbo para ver si había Auroras.
El peso y el tamaño también fue una razón para cambiar. No es que haya ahorrado mucho, pero algo se nota. Sobre todo en espacio, ya que la cámara la puedo poner en cualquier posición en la mochila, lo que me da flexibilidad.
Al principio, la Sony era mi segundo cuerpo. Cuando me iba de viaje me llevaba las dos cámaras y el trabajo principal lo hacía con la Canon. Cuando tocaba fotografía nocturna sacaba la Sony.
Poco a poco me fui familiarizando con los botones y con los menús, ya que por la noche trato de no encender ninguna luz y debo saber dónde está cada botón. El resultado era espectacular, así que poco a poco empecé a fotografiar paisajes, tanto amaneceres como atardeceres con la Sony. Me permitía fotografiar escenas con mucho contraste y levantar sombras después sin que apareciera ruido.
La foto perdida
En mi viaje por Estados Unidos fue cuando fui cambiando de cámara gradualmente, hasta usar prácticamente a todas horas la Sony. De hecho, en Nueva York lo noté muchísimo, ya que salía a callejear solo con la cámara al hombro.
Una de las cosas que me hacía duda de la Sony A7 III era lo que había oído sobre su sistema de enfoque. Como no hago fotografía de acción no era algo determinante para mí, sin embargo, algo empezó a mosquearme: cuando estaba fotografiando con poca luz, la cámara no era capaz de enfocar.
Al principio lo achacaba al hecho de usar un adaptador, el Sigma MC11, pero cuando me compré los objetivos nativos de Sony me seguía pasando lo mismo. Con Canon era capaz de enfocar sin ningún problema a una piedra en medio del campo después de una puesta de Sol, y ahora a veces lo conseguía, otras no.
Precisamente el enfoque fue el causante de uno de los mayores disgustos que me he llevado desde que hago fotografías. No estoy acostumbrado a perder una foto por un fallo técnico, pero es lo que pasó en Nueva York.
La ventaja del visor digital es que aunque pongas un filtro ND sigues viendo lo que vas a fotografiar, sin embargo, si le das al botón del enfoque, a veces no consigue enfocar bien, sobre todo si es de 10 pasos como era el caso. En mis cámaras siempre disocio el enfoque del botón de disparo, y tengo la manía de enfocar mil veces antes de disparar.
Una tarde me fui al otro lado de Manhattan para fotografiar la salida de la Luna detrás del skyline para hacer una larga exposición. Lo tenía todo listo, había hecho varias fotos y todas estaban enfocadas, sin embargo, después de poner el filtro ND le di a enfocar y disparé, sin ser consciente de que se había desenfocado todo.
Estamos hablando de una foto de dos horas de exposición, así que imaginaos la cara que se me quedó al ver que la foto estaba desenfocada después de estar todo ese rato esperando, congelado, y con unas ganas de irme a casa terribles.
El fallo fue mío por confiarme y no pensar que esto podía pasar. Yo siempre suelo quitar el portafiltros, enfocar y disparar. De hecho, con una cámara réflex lo tienes que hacer así (ya que yo no uso el Live View) sino no enfoca. Gracias a que tenía otras fotos nítidas del mismo encuadre, pude recrear con Photoshop lo que habría sido la foto final. Conclusión, toca volver y repetirla.
Estabilizador e intervalómetro
Como sabéis, la Sony a7 III tiene estabilizador en el cuerpo, algo que en principio no uso, pero que cuando lo he necesitado tampoco es que me haya salvado la vida. Algunos objetivos con estabilizador no disponen de una pestaña para activarlo, por lo que debes hacerlo a través de los menús.
La cuestión es que a mí se me ha olvidado quitarlo un montón de veces, básicamente porque ya no veo la pestaña. Es algo paradójico si tienes en cuenta que en mis talleres siempre estoy recordando que cuando se usa un trípode hay que desactivarlo.
Al principio no tenía claro si la Sony lo desactivaría solo, pero ya os puedo decir que no. Imaginaos la cara que se te queda cuando empiezas a hacer zoom en tus fotos porque no acabas de verlas nítidas y te das cuenta de que fue por culpa del estabilizador.
Después de muchos años esperando a que Canon pusiera un intervalómetro incorporado en la cámara, me cambio a Sony. Es cierto que en las últimas versiones de firmware lo han añadido, pero más que un intervalómetro interno, lo que yo quiero es un temporizador para poder configurar el tiempo de exposición y no tenga que volver a llevar un mando intervalómetro externo.
No es un gran problema, pero sí que es cierto que es un accesorio que se puede romper, que se te puede olvidar en casa, que tienes que enchufar a la cámara cada vez. En fin, cosas que en realidad te hacen la vida más fácil, sobre todo teniendo en cuenta lo fácil y rápido que es ponerlo desde el menú. Estoy convencido de que más de uno de vosotros no ha puesto el modo B por no sacar el intervalómetro de la mochila.
¿No se apaga sola?
A veces uso un mando inalámbrico para disparar la cámara a distancia o incluso para llevar la cuenta cuando pongo BULB. Sin embargo, he comprobado que, a pesar de tener disociado el enfoque, cuando pulso el mando vuelve a enfocar, incluso aunque ponga el enfoque manual.
Pero lo peor de todo ha sido que pensaba que la cámara no funcionaba bien ya que nunca se apagaba sola después de un tiempo de inactividad. Esto me llegó a preocupar, ya que siempre que metía la cámara en la mochila y, si se me había olvidado apagarla, me quedaba sin batería.
Estuve hablando incluso con el servicio técnico y no sabían nada, hasta que hablando con un amigo encontró en un blog la solución: siempre que tengas activada la opción de mando inalámbrico, la cámara estará en stand by esperando, y por lo tanto nunca se apagará.
Algo que me preocupaba de las mirrorless era la autonomía, pero después de usar la Sony me di cuenta de que duraba más que la Canon 5D Mark IV, un alivio teniendo en cuenta que a veces me voy por la montaña y no sé cuándo podré recargar. Esto ha supuesto un gran avance ya que vuelvo a no tener que estar pendiente de la batería.
Cuando empecé a manejar la Sony me sentí como cuando un principiante no sabe dónde está un botón, o cómo se configura esto o lo otro. Aparece cierta inseguridad, pero con la práctica va desapareciendo poco a poco.
Podéis pensar que he comentado más cosas negativas que positivas, pero la mayoría son aspectos secundarios, propios de una marca a los que hay que acostumbrarse. Lo más importante para mí en una cámara es la calidad de imagen, el rango dinámico y el ISO, tres cosas que han mejorado con el cambio.
Pero lo más importante es tener en cuenta que dominar una cámara lleva tiempo. Y que si no lo haces tarde o temprano perderás alguna fotografía.
Sergio Arias es fotógrafo y profesor de fotografía. Conoce aquí sus trabajos y los viajes que organiza.